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El perro tiene un foco infeccioso. Es un grupo de garrapatas que ha anidado en una parte importante del cuerpo. El organismo envía a los encargados de esa tarea a librarse de los parásitos, no son héroes ni nada parecido. Solo hacen su trabajo, el que les corresponde, y ocurre en cualquier país civilizado. Pero las garrapatas convulsionan, sufren espasmos y emanan venenos y tóxicos para evitar ser desprendidas de la piel del perro. Le hacen creer que el perro se muere, que vendrá la anarquía, la pérdida del Estado de derecho, el caos apocalíptico. Como si el perro y otros perros atentos no supieran que, por el contrario, el perro sin garrapatas estará mejor que antes. Las garrapatas no tienen opción, es su supervivencia, no podrán subsistir cuando las hayan arrancado del pellejo del animal, nunca supieron vivir de otra manera que parasitando en el Estado. Estos chupasangres no son los únicos que habitan entre los pelos del can. Están las pulgas y otros bichos a los que les tiene sin cuidado librarse de las garrapatas de manera que, si piensan que alguien llorará o reclamará por su ausencia, se equivocan, hasta ahora no hay indicio de alguna manifestación de ese tipo. Ni dentro ni fuera del perro. No es la primera vez que el perro ha estado infectado así. Y no será la última. Aquí los únicos que no terminan de enterarse son los ciudadanos, quienes con su voto infectan en unas elecciones sí y en otras también al pobre perro. Es que no hay ácaro más repugnante y peligroso por las enfermedades que trasmite que estos hematófagos. Al final, no pasará nada, pasadas las contracciones y espasmos, el perro seguirá rascándose para irse desprendiendo de los parásitos, mientras duerme y sueña que no es perro.