Hace muchos años atrás me presenté como candidata a socia de un club y necesitaba completar la ficha de ingreso con la firma previa de tres socios hábiles que declararan conocerme frente a la junta directiva y aprobar así el proceso previsto en el Estatuto. Recuerdo mucho que una de las personas a las que solicité la firma a través de un amigo común, respondió para mi gran sorpresa algo así como que “no me conocía lo suficiente y que no firmaba mi solicitud por esa razón” ello, a pesar de haberla tenido invitada en mi propia casa cenando con otros amigos y habiendo compartido otros espacios sociales previamente. La verdad es que la situación me sorprendió, pero más que nada me dolió; el hecho quedó grabado en algún lugar de mi memoria a pesar de que ocasionalmente me ha tocado frecuentar a esta misma persona muchos años después.
Pero, la vida misma resulta tan misteriosa y especial y las cosas dan tantas veces la vuelta que, diez años después, la misma persona que no quiso firmar mi solicitud, acudió a mí para solicitarme firmar la ficha de ingreso de un familiar muy cercano, dado que hoy ocupo un cargo directivo justamente en la junta calificadora del club al que me asocié sin el favor de su propia firma.
Mis sentimientos con ocasión de esta experiencia, fueron mixtos: por un lado, pensé en atender su pedido sin rencor y por otro, me hice muchas preguntas sobre cómo ayudar a educar a las personas como ella, permitiéndoles tomar sopa de su propio chocolate. Si las personas no son capaces de reconocer y entender los efectos de sus propias acciones, de aquello que hacen en la vida a unos y luego pretender que no se les haga a ellos mismos, deben experimentar el sentimiento de dolor en carne propia, de lo contrario nunca aprenderán. Así que decidí devolver el “favorcito” con mucha cortesía y rechazar la firma solicitada aduciendo exactamente las mismas razones que diez años antes esa persona utilizó conmigo para negarme su ayuda. Zenón sostenía que es mejor tropezar con los pies que con la lengua y tenía mucha razón. El objetivo de la vida es crecer y la aventura de la vida es, justamente, aprender y entender que todo lo que hoy das siempre regresa de vuelta.