A menos de dos meses de las elecciones presidenciales, los candidatos se muestras muy activos en los medios y en las redes sociales. Hay propuestas para todos los gustos. La promesa más recurrente es acabar con la corrupción, apostando por los valores éticos y la autoridad moral.

Todo bien hasta allí. El problema es cuando algunos en vez de razonar para encontrar soluciones a esta grave crisis solo echan espuma por la boca. La suma de desatinos, irregularidades y actos de corrupción ha generado que determinados candidatos intenten canalizar el descontento de la gente por un camino peligroso. Ocultan tras sus sibilinos reclamos medidas radicales que pueden hacer desbarrancar el sistema democrático.

Nadie dice que los candidatos se encojan de hombros y desvíen su mirada ante tanta podredumbre de la clase política, funcionarios públicos y personas con poder de decisión. La indiferencia y el silencio en estos momentos también oscurecen la democracia.

Es cierto que estamos inmersos en una crisis moral, sanitaria y económica; pero lo que hay que tener claro es que lo que no funciona son los políticos y no el sistema. Si los candidatos no hacen un análisis de que esta grave situación es consecuencia del aprovechamiento político, del desprecio por los intereses de los peruanos y de la desaprensión que tienen por los manejos de los fondos públicos, no habrá posibilidades de cambiar el rumbo del país.