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Totalmente acorralado, Evo Morales Ayma, el primer presidente indígena en la historia de Bolivia y de Sudamérica -en América Latina fue el mexicano Benito Juárez (1858-1872)-, que gobernó su país por 13 años (2006-2019), pretendiendo perpetuarse en el poder, ha renunciado al descubrirse, por una auditoría liderada por la OEA sobre el proceso de elecciones presidenciales del 20 de octubre, que estas fueron fraudulentas calificándolas de evidenciar "vicio de nulidad". Esta incontrastable razón técnica, que fue revelada en la reciente víspera dominical, tenía el carácter de irrebatible y fue el inicio de la agonía política del propio mandatario altiplánico. Sin autoridad moral, y completamente debilitado, los reflejos de Evo eran realmente mínimos. La actitud explosiva de la población desde que el Tribunal Supremo Electoral escandalosamente proclamó a Morales vencedor de la contienda electoral, y que por 21 días no bajó la guardia hasta que cediera, en las últimas horas se tornó enardecida, dispuesta al derramamiento de sangre, con tal de no permitir un solo día más en el Palacio Quemado -sede del Gobierno- a un presidente sin catadura moral que se había burlado de su pueblo creyendo que las protestas pasarían y él continuaría al frente del país. Pero el miedo terminó dominando al propio Evo, al evidenciar que las Fuerzas Armadas bolivianas -jamás lo creyó- le bajaron el dedo al sugerirle sutilmente que renuncie. Evo, en esas circunstancias, prefirió alejarse antes de terminar echado y hasta conminado a la cárcel. Su renuncia cierra un capítulo que jamás debió escribirse en la historia política de Bolivia pero que, lamentablemente, pasa, y mucho, en nuestra región, donde la mayoría de gobernantes no tienen madurez política para aceptar la alternancia del poder. Evo se creyó indispensable. Craso error, pues nadie lo es. El contexto boliviano no es nada bueno para su homólogo chileno, Sebastián Piñera, cuyo canciller erradamente acaba de decir que "... una dimisión (de Piñera) es ajena a la tradición política chilena...", ignorando que una renuncia presidencial se da más bien por circunstancias o imperativos insalvables.