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La idea de prohibir el acceso a una tribuna creyendo que así se solucionará el problema de la violencia en los estadios pertenece a la misma mente brillante a la que se le ocurrió copiar esa aberración de jugar con una sola hinchada, además de prohibir bombos y banderolas. Es el mismo cerebro prodigioso que piensa que el problema es el fútbol y no la violencia, que es el espectáculo deportivo el que despierta la naturaleza salvaje del hombre y no que se trata de una crisis social de fondo que se nos está yendo de las manos.

El círculo vicioso de cerrar estadios ya es parte del lastre de la violencia que nos corroe. No entender que el fútbol es apenas una excusa y no una razón nos ubica en una posición de desventaja ante la adversidad. Las sanciones habituales son las respuestas inmediatas al problema que no se sabe manejar, es como si al no encontrar soluciones reales recurrieran a la vieja fórmula de castigar para calmar a las masas.

El arte de mirar al costado es el punto de partida para la crisis que se atraviesa. El Estado no se involucra con este asunto. Es posible que alguien diga que el Ejecutivo tiene problemas más graves que atender, intentando domar a un Congreso dominado con nostalgia noventera, todos aplauden a Vizcarra por el elemental hecho de ajustarse los pantalones y eso está muy bien, pero no se puede minimizar la violencia, tiene que ser considerada un problema mayúsculo y la pelota no puede enturbiar esa visión, subestimar el fútbol es una cosa, pero echar mano de esa subestimación para ignorar sin rubores el problema que la violencia representa es imperdonable.

Los candidatos a la alcaldía ni siquiera, movidos por la adrenalina deslenguada de campaña, han tenido el tino de abordar el tema en sus discursos, algo que demuestra el poco interés que despierta o, lo que es peor, la incapacidad para vislumbrar siquiera una solución.

Pensar que el fútbol es el causante de la violencia es tan idiota como creer que el problema del tráfico es culpa de los carros. Son las sociedades las que dan forma a sus problemas y en función a eso somos una sociedad violenta que no tiene la capacidad de reconocerse como tal. Alguien tiene que ponerse a trabajar en serio para solucionar esto, gestar una política a largo plazo en la que todos nos veamos involucrados para erradicar este lastre de una vez y para siempre.

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