Maduro es un dictador, lo sabíamos. Pero cerrar el Congreso es, o debiera ser, la última de sus barbaridades en el poder. La rápida reacción del Gobierno, de retirar definitivamente al embajador López Chávarry, debe ser imitada por los demás Estados americanos. La OEA debe dejarlo en condición de paria. Cortar todos los caños.

Congelar todos los acuerdos. Ahogarlos hasta que abandonen el poder y, de allí, derechito a la prisión por los crímenes de Maduro, Cabello y El Aissami (el vicepresidente del narcotráfico) al usurpar el poder, matar de hambre a millones, restringir libertades y liderar la peor crisis que Venezuela haya vivido.

Por curioso que suene, esa dictadura me ha denunciado. A mí. Un periodista peruano que se interesa, desde los tiempos de Chávez, en por qué diablos se produce una paulatina eliminación de las libertades con ese bodrio llamado socialismo del siglo XXI. Maduro no me denuncia por ir a su Embajada a hacer preguntas a los venezolanos; me denuncia pues intenta exportar su modelo de represión a los que damos voz a los que han debido huir de la persecución chavista. Maduro me denuncia por darle voz a Capriles, a Ledezma, a Mitzy, a Pérez, a Facchin. Maduro me denuncia, porque nuestra voz libre llega por las redes a Venezuela.

Preocupa, sí, que una fiscal peruana acepte una denuncia que, de prosperar, puede sentar un precedente nefasto para las libertades del periodismo en el Perú. Pero iré a responder sus preguntas. Discrepo abiertamente de su investigación, pero respeto a las instituciones peruanas. Solo espero que, luego de la diligencia, esto se archive.

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