No es un buen homenaje para Alfonso Barrantes Lingán, el recordado “Frejolito”, que uno de los estandartes de su gestión como alcalde de Lima, la leche, ahora esté en boca de todos, pero para alimentar la crítica por la publicidad engañosa con que la estaban vendiendo (hay excepciones, desde luego).

Allá, en la eternidad, con la parsimonia que lo caracterizaba, el gestor del Programa del Vaso de Leche para los niños más pobres de la capital (que pronto pasó a ser una política de Estado) debe estar preguntándose qué pasa con el Perú. ¿Por qué se juega tan irresponsablemente con el futuro del país, es decir, los niños, anteponiendo el interés comercial?

Escrito está que la sonrisa de un niño es la puerta segura a la gloria y que la leche implica algo así como el maná para un ser en crecimiento. Trastocar y burlar estas premisas demanda un obligado castigo terrenal que el Indecopi y los demás órganos de control han pasado por agua tibia desde hace buen tiempo.

Tuvo que ser Panamá el país que abra el canal de la pura verdad sobre la leche de marras para recién advertir que, aquí, la industria alimentaria nacional, en líneas generales, tiene pocas contemplaciones con la vida de los usuarios y está presta a la etiqueta con truco. Y la lista negra de productos infractores es larga.

¿Qué resta ahora? Además de un réquiem por el tío “Frejolito”, fallecido el 2 de diciembre de 2000 en Cuba, la exigencia al Indecopi, la Aspec y representantes de los consumidores para que no permitan más gatos por liebres. Ya sabemos que los congresistas son puro bururú y que más allá del escándalo y la peliculina mediática no se puede esperar más de ellos.