Steven Hawking en “Breves respuestas a grandes preguntas” aborda el origen y desarrollo del universo como algo que se explica por leyes naturales universales prescindiendo de algún dios, que puede ser definido por quien le guste como el creador de esas leyes naturales, aunque teniendo que resignarse a aceptar que no tiene capacidad para modificarlas y, por lo tanto, de intervenir en la existencia humana, aunque se lo pida el Papa, el Ayatola, el Pastor o el Rabino Mayor.

Me pregunto si este mismo texto lo leyese un ateo, o un fanático religioso, un sintoísta o un budista; un brillante físico o en cambio una persona sin base ni interés en la ciencia; una persona sana o una enferma a punto de morir; un periodista apremiado por decenas de libros por leer o un fan de Hawking, ¿entenderían y disfrutarían lo mismo que uno? ¿Estarían en igualdad de condiciones para contestar preguntas de “comprensión lectora”? Sin duda no, porque el contexto, los antecedentes, experiencias de vida, intereses y hasta entrenamiento en el tema específico de cada persona son distintas.

Si eso es válido para los adultos, ¿por qué no sería válido para los escolares que enfrentan “pruebas de comprensión lectora” (ECE) con textos que les son ajenos, sin consideración de contexto, aplicados por igual a miles de evaluados, que deben marcar alguna respuesta a preguntas que antojadizamente formularon los autores, que a partir del resultado estigmatizarán a cada uno como “satisfactorio” (aprobado) o “insatisfactorio” (desaprobado)?

Urge revisar esa manera retrógrada de evaluar las capacidades de los estudiantes