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Los limeños solemos quejarnos de todo. Y pareciera que no hay asuntos de los que pueda surgir cierto consenso alrededor de que estamos mejorando. Nos cuesta pensar y citar cosas positivas, en parte porque hemos asumido que la realidad es esa y no va a cambiar. El tránsito, la contaminación, la falta de árboles, la deficiente infraestructura, la temida inseguridad y, claro, la forma de ser de la gente que se esmera en configurar una ciudad bastante hostil.

El reciente ranking de Mercer sobre calidad de vida en América Latina, publicado en este diario, coloca a Lima en el puesto 124, dejándola entre las peores ciudades para vivir. Más significativo es que seguimos atracados en ese penoso lugar desde hace tres años, a diferencia de otras ciudades sudamericanas que han ido mostrando avances y nos han dejado atrás. Y en cuanto a seguridad el panorama es peor, porque estamos en el puesto 157 en el ranking de seguridad personal.

¿Cómo cambiar eso que vemos y no vemos? El reto ya no es identificar aquellas deficiencias, prácticas y actitudes que nos juegan en contra y nos colocan como esa ciudad hostil, sedienta, violenta. Es empezar a hacer las cosas, a movilizar a la gente, es empezar a mostrar resultados, y son las autoridades ediles las obligadas a ponerse por fin las pilas. Son nuevas autoridades, es verdad, pero no se ve hasta ahora ese ímpetu hacedor, reformador, tan necesario al comienzo de una gestión para marcar la pauta. Apenas el caso Forsyth (y Susel Paredes) en La Victoria se presenta como el más llamativo esfuerzo por reordenar, por imponer la autoridad en un distrito donde ha reinado la pillería y la delincuencia más temible. Forsyth, desde la campaña, adelantaba que su gestión iba a enfrentar mafias que operan en La Victoria y lo está intentando. Bien por esa coherencia. Por su parte, el alcalde de Lima ha empezado a mostrarse en esa línea, prometiendo apoyo y seguridad, pero debe ir por más que lo mostrado hasta ahora, porque su responsabilidad es mayor. Mirarse en el espejo de sus antecesores Villarán y Castañeda para saber por dónde no debe transitar su gestión. Debe mantenerse a distancia de esas dos maneras de hacer y no hacer las cosas.