Una prueba de que Donald Trump no considera un verdadero problema a la pandemia que ya se va llevando a casi 60 mil vidas en su país y que ni siquiera se ha tomado la molestia de investigar el tema, son sus recientes declaraciones preguntándose si es posible aplicar lejía y haces de luz a los contagiados por el coronavirus para “limpiar sus pulmones”. Algo así como lavar la sangre con Ña Pancha.

Después de verse despeinado por la crítica general tras lanzar aquellas medidas estrambóticas para combatir el COVID-19, ahora sale con la versión de que: “Estaba haciendo una pregunta sarcástica a los periodistas para ver qué pasaba”. Por supuesto, su eventual chiste de mal gusto ya desencadenó más de 100 intoxicados en EE. UU. y se apura diversas acusaciones, a las que se suma su falta de respeto a las normas de aislamiento decretadas por los gobernadores.

En resumen, Trump luce perdido en el tema virulento, como también está en la luna de Paita frente a las consecuencias devastadoras del cambio climático. “No me lo creo”, ha repetido. Solo faltó que diga que el calentamiento global se solucionaría con un pastillazo de paracetamol. Pero, bueno, no sabemos si los Yunaites tienen el Presidente que se merecen, pero sí el que eligieron.

Por el mismo sendero -medio esquizofrénico- camina el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien ha minimizado la contagiosa enfermedad y, por ende, cree innecesario el distanciamiento social, a pesar de que es una decisión de concluyente relevancia, salvo cuando la gente se cree inmortal y sale a caminar en mancha de la mano con el coronavirus por los mercados. Ya le achacaron un “potencial genocidio”.

Aquí, en Perú, Vizcarra hace la lucha, aunque nunca faltan los sabelones e inconformes que todo lo ven mal diseñado.