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Parece que en el blooper de la eliminación de Universitario de la Copa Libertadores, el portero Raúl Fernández no quiso imitar a Supermán, el superhéroe de la capa roja, sino a los políticos peruanos que -como reclamó el papa Francisco- están empeñados en la defección (que deviene en la consiguiente frustración de la población).

Y es que, siguiendo con el paralelo, la política nuestra de cada día se hace bolas como modus operandi. Es pinchaglobos infalible. Sale a dar vergüenza por antonomasia. Incide en el ridículo redondo. Nos pinta pajaritos en el aire. Y lo que es peor: no corta ni puñetea el peligro, sino que lo incrementa (llevando al pueblo a la continua desilusión).

El escándalo por las jugosas coimas de la empresa brasileña Odebrecht es el partido que ha terminado por descalificar a la clase política peruana en general, con expresidentes, el propio Kuczynski y candidatos metidos en jugadas realmente arteras (contra el ciudadano de a pie que se rompe el lomo para llevar un pan a su casa).

Y cuidado que con estos autogoles todos perdemos, no solo confianza en las autoridades, sino también dinero, que podría servir para implementar varios colegios y hospitales. Oído a la música: el país es despojado de 12 mil millones de soles al año, aproximadamente, por las garras de la corrupción (un mal endémico que siempre halla caldo de cultivo para germinar).

En buena cuenta, los políticos -al igual que Raúl Fernández- hacen fácil el “meme”, dejan servida la pelota a los humoristas y alimentan las redes sociales. Claro que las cosas no están para reírse, pero la otra alternativa sería llorar y hay gente que ya no tiene lágrimas de tanta decepción, gobierno tras gobierno.