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Para muchos candidatos municipales, el fin justifica los medios. Bajo esa maquiavélica premisa, sin ningún descaro, ofrecen el oro y el moro a los votantes, como vemos en la nociva catarata de carteles y avisos de todos los colores que inundan las calles y plazas.

Algunos se pasan olímpicamente de graciosos y, en forma elocuente, prometen soluciones que necesariamente le competen al gobierno central, como la creación de trabajo y viviendas. Eso se llama tomarle el pelo o agarrar de cándido al elector, por decir lo menos.

La lucha contra la corrupción también es otro caballito de batalla de los postulantes. Si bien hay uñas largas en los municipios, la respuesta a nivel macro a este flagelo debe provenir de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, aunque por ahora -después de los audios de la vergüenza y sus esquirlas- es poco lo que se puede esperar.

Lo que no saben o se niegan a entender estos señores (as) que buscan el poder es que el perfil del votante limeño y peruano en general ha cambiado de sopetón, como consecuencia de la tirria que le produjo las coimas, la mermelada, los arreglos bajo la mesa y los “10 verdecitos” de los últimos meses.

El ciudadano que irá a las urnas el próximo domingo 7 de octubre llevará consigo una decepción por toda la clase política, refrendada en las encuestas, y eso de todas maneras redundará en el resultado. Es más, la desazón es tan lacerante que, por ejemplo, mucha gente no identifica o no quiere saber nada de los aspirantes al sillón que dejará Luis Castañeda Lossio.

Así estamos.