Imagino que a estas alturas, Dina Boluarte debe estar sintiendo arcadas cada vez que recuerda su pasado reciente, cuando se creía “revolucionaria” al lado de Pedro Castillo, era parte de una plancha presidencial con Vladimir Cerrón y estaba del mismo lado de aquellos que hoy tratan de incendiar el país exigiendo adelanto de elecciones y asamblea constituyente, pero al mismo tiempo piden el cierre del Congreso que es el que debería dar forma legal a estos reclamos.

Hoy quienes tratan de sostener su gobierno no por ella sea de su agrado, sino porque representa a la poca institucionalidad que nos queda, son los que no votaron por la plancha de Castillo que incluía a la actual mandataria. Son los que cuestionaron el “ideario” de Perú Libre que no era más que un claro anuncio que de ganar las elecciones, el lápiz se convertiría en un petardo de dinamita con el que buscarían traerse abajo a la democracia y al orden constitucional.

A once días en el gobierno, la señora Boluarte ya debe de haberse dado cuenta que se equivocó en 2021 al salir a buscar el voto de los ciudadanos al lado de incendiarios, golpistas, azuzadores, intransigentes y demagogos como Guillermo Bermejo, Roberto Sánchez, Guido Bellido, Betssy Chávez, Pasión Dávila y Kelly Portalatino, o de haber compartido asiento en el gabinete ministerial con gente como Aníbal Torres. Todos ellos ahora quisieran verla fuera del poder y presa.

Cuando la señora Boluarte participaba en los nefastos consejos de ministros descentralizados y se ponía a gritar “¡justicia!”, mientras Castillo y Torres trataban de incendiar la pradera apelando a un discurso cargado de complejos, resentimientos y odio, jamás habrá imaginado que sus amiguitos de entonces, incluidos “Los dinámicos del centro”, se le voltearían hasta tratar de derrocarla por el camino de la violencia y la muerte.

Lo que vive hoy la mandataria debería servirle de lección a esos que se creen “luchadores sociales” y sueñan con el poder. Con tirapiedras, quemallantas y demagogos que buscan que haya un muerto en las calles para exigir la caída de un régimen legítimo, no se puede ir ni a la esquina. Lo demostró Ollanta Humala cuando a los pocos de su gestión tuvo que expectorar a los comunistas que eran un lastre. Hoy sucede con Boluarte. Una cosa es con guitarra y otra con cajón.