Las últimas horas del 2020 han sido la confirmación de un año difícil, inestable, perturbado, caótico y violento. Hoy ya estamos en el 2021 y hay una gran esperanza que todo esto cambie. Para ello se tienen que superar retos mayúsculos que tienen que ver con la contención del coronavirus y con la gobernabilidad.

Dentro tres meses y pico se realizarán las elecciones presidenciales y congresales. El país será conducido por nuevas personas y tenemos la gran responsabilidad de elegir a los mejores. Que tengan una conducta honesta, que sean creíbles, que generen consenso y principalmente que se despojen de sus intereses de grupo o particulares.

Por supuesto, ante la grave situación por la que atraviesa el Perú, se necesita una suerte de cirujano de primer nivel, incapaz de vacilaciones y con un fuerte liderazgo. Se requiere de alguien que no se evada de los problemas y que no emita mensajes que lleven a la confusión y desconcierto. Además tiene que llevar a cabo un plan de emergencia sanitaria y social para solucionar los problemas de los sectores más vulnerables. Hay casos en el que se generarán disputas y pugnas, pero debe procurar que sean menores y evitar ser parte de ese conflicto. En los últimos años esto ha sido lo más perjudicial para un Jefe de Estado.

Es cierto, el país está decepcionado por las experiencias del pasado, pero la misión de los nuevos gobernantes es lidiar con esa herencia y llamar a la unidad. Y esto no es refugiarse en el ámbito del idealismo sino una urgente necesidad.