Los independientes pueden y deben jugar un rol esencial en esta etapa de la política nacional marcada por el encono y la confrontación. En el peor momento de nuestra historia, cuando  enfrentamos la pandemia y sus gravísimas consecuencias en alta mortalidad, pobreza, desempleo y aguda crisis económica se enseñorea la división. Cuando los mejores profesionales, los más capaces deberían estar unidos para salir del hoyo profundo y construir el futuro inmediato. Los dos candidatos significan una legitimidad escasa respecto de los más de veinte millones de electores que deberían asistir a las urnas. No olvidar que Pedro Castillo tuvo un magro 18% y Keiko Fujimori solo 13% en la primera vuelta. La crisis de representación es evidente con un sistema político tan fragmentado, en un país tan polarizado mientras la pandemia continúa y la desesperación arrecia. Las distancias pueden acortarse pero el antivoto persiste y abona en la incertidumbre. Las ofertas no llegan a  convencer a amplios sectores que no se sienten representados en las dos opciones y votarán nulo o viciado. Hablamos de un importante tercio del electorado.

Vale decir que posiblemente el resultado del 6 de junio no será la panacea para la unidad y la gobernabilidad en democracia.  El gobierno elegido no será suficiente para la concordia entre peruanos. Por ello deberá contar con equipos de profesionales independientes de alta calificación que sin ser fujimoristas o castilistas estén dispuestos a ponerse al servicio del país y responder a las grandes incógnitas sobre democracia, gobernabilidad, economía, salud y educación. A pocos días de la definición la efervescencia electoral ha descuidado esta necesaria participación. Toca a los candidatos dar garantías de amplitud, de capacidad para convocar a aquellos que no han sido convencidos a tomar partido por uno de los candidatos pero podrían hacer la diferencia respecto de las grandes urgencias que debemos atender al iniciar el tercer siglo de la República.