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Ayer me crucé con una discusión dando vueltas en redes sociales sobre un chico venezolano que hurtó una bolsa de pan. Las reacciones fueron mixtas. Muchos expresaron que hurtar un pan denota una situación de desesperación con la que se debería empatizar. Otros defendían el argumento lógico de que robar está mal -independientemente de las circunstancias-, llamando al chico delincuente y reclamando que quien merece simpatía es el panadero.

No robarás. Ama sua. Es un hecho universal que apropiarse de bienes ajenos es condenable. Implica despojar a alguien de su propiedad privada y del tiempo, trabajo o dinero que invirtió en adquirirla.

También es un hecho que defender tus principios con coherencia es admirable; señal de una persona íntegra. Pero la vida real nos complica los hechos; la vida dispara sutilezas de colores. Entonces, cuando empiezas a defender ciertas conductas simplemente porque aparentan ser lógicas, puedes terminar excusando crueldades por el simple hecho de defender algo.

En este caso, el muchacho evidentemente pasaba hambre o tenía la necesidad de alimentar a alguien y no tenía los medios. Hoy decimos que nunca cometeríamos semejante atrocidad, pero la mayoría de peruanos tenemos la suerte de decir que jamás vamos a saber verdaderamente qué es lo que haríamos ante una situación similar, sobrecogidos por el hambre y la desesperación. El contexto lo hace todo terriblemente complicado.

No, no estoy justificando el hurto ni el robo, pero situaciones moralmente ambiguas como esta hay miles, y se presentan todos los días. Lo que entra en juego acá, más allá de lo que está “bien” o “mal”, es nuestro pensamiento crítico. Todos lo tenemos. A ver si miramos dentro nuestro un ratito y lo usamos. Tú y yo podemos hacer un Perú más humano. Para decidir lo que es justo o no están los jueces.