De un tiempo a esta parte, las autoridades electas y lo que es peor, las nombradas a dedo, creen que el poder que detentan les va a durar toda la vida y, cual emperadores desnudos, creen que pueden hacer y deshacer sin que nadie les diga algo y la emprenden contra quienes exigen transparencia y respuestas en sus gestiones.
Ahí tenemos a Dina Boluarte, cercando a la prensa e inventándose la figura de un vocero que lo único que hace es pasear a los medios de comunicación con sus respuestas en las que habla mucho y no dice absolutamente nada.
Igual camino sigue el premier, Gustavo Adrianzén, que tiende a perder los papeles y molestarse contra quienes solo cumplen su trabajo y le hacen las preguntas que él, como jefe del gabinete y responsable del gobierno, debe absolver.
A ellos se suman ministros, como el del Interior, que cree que la cartera es su feudo y arma patrañas a las que pomposamente bautiza como “el operativo más grande de la historia” que no han resuelto nada.
Si las cabezas se portan así no debería sorprendernos lo ocurrido el pasado viernes cuando un policía que era parte del resguardo del alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, se sintió tan emponderado por como sus jefes tratan a la prensa que no dudó en apuntar con su arma contra un colega que solo realizaba su labor. No importa que una autoridad diga que no va a declarar, el periodista siempre va a preguntar.