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Es conocida la campaña sin parangón que la prensa estadounidense armó contra Donald Trump desde sus tiempos de candidato. Campaña de la que se hicieron eco medios europeos y latinoamericanos, que repetían como loritos las interpretaciones que dibujaba el establishment demócrata a través de sus voceros políticos y periodísticos, algunos de ellos disfrazados de intelectuales. Así ha ocurrido desde hace tres años, cuando descubrieron que era fácil ganar cinco minutos de fama “pegándole al gringo”. Entonces, ahora todo el mundo quiere publicar su librito sobre Trump y lucrar con eso. Pero esta semana llegó el clímax del desparpajo. El hiperinfluyente New York Times (NYT) publicó una columna anónima, algo que jamás hace, escrita por un funcionario de alto rango en el gobierno de Trump, quien llega a confesar que “hubo rumores dentro del gabinete sobre invocar la Enmienda 25, la que daría inicio a un complejo proceso para destituir al presidente (pero) haremos lo que podamos para dirigir el rumbo del gobierno en la dirección correcta hasta que -de una manera u otra- llegue a su fin”.

La ética de la función pública dicta que, si uno trabaja para un gobierno, se ajusta y se alinea a los lineamientos que postula. Y si no está dispuesto a hacerlo, esa misma ética brinda el camino de salida: la renuncia. Pero esta ética básica, definitivamente parece haber desaparecido en los EE.UU. luego de la oronda y presumida oda a la traición que exhibió el NYT. Donald Trump lo había advertido, pero le acusaron de paranoico y que el Deep State era solo una teoría de la conspiración. Ahora se sabe que el poderoso estatismo estadounidense es un monstruo con vida propia dispuesto a devorar a cualquiera que lo ataca. Y que los quintacolumnistas al interior de su gobierno no solo son reales, sino que cuentan con el aval de la poderosa prensa norteamericana que ha “elevado” la traición a la categoría de “patriotismo”.

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