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Ser partidaria del libre mercado y oponerme al socialismo me ha cerrado puertas de manera caprichosa y fascista a luchas en las que creo fervientemente.

Y es que en el Perú existe un grupillo, una especie de San Pedros de las causas justas, que se ha atribuido la potestad de decidir quién tiene derecho a defender qué causas. Cualquier intento de debate frente a una parte de su abanico de ideas -que abarca desde posturas económicas hasta temas sociales- es una rebeldía contra la dictadura de su pensamiento único. El requisito es inquebrantable: uno debe defender todos los ideales que ellos consideran correctos. Si osas cuestionar uno solo, estás fuera.

Si estás a favor del matrimonio homosexual pero en contra de la legalización del aborto, estás fuera. Si te rajas por los ideales feministas pero defiendes el libre mercado, estás fuera. Si eres blanca, si eres hombre, si tienes “privilegios”, pues estás fuera.

Estos días, tres San Pedros del  dictatorial han sido denunciados públicamente por maltrato a sus parejas. Entre ellos Verónica Ferrari, una matona decisora de quién es “compañera” en la lucha y quién no, y de quién tiene derecho a asistir a las marchas por los derechos LGTBI.

Nadie, y mucho menos alguien como Ferrari, tiene derecho a decidir quién se adhiere a una lucha. Absolutamente nadie me va a decir a mí si soy o no feminista. Porque las ideas, les cuento, no se monopolizan ni se patentan (a menos que tengan el poder de extirpármelas del cerebro).

Y les cuento: no hay lucha más sólida que la que reúne a grupos que antagonizan en otros temas. A dejarse, de una vez, de majaderías.