El volcán del COVID-19 viene erupcionando hace 10 meses, pero todo indica que su crisis más agobiante aún está a punto de producirse. Los pronósticos del tope máximo de contagios y muertes que alcanzará la segunda ola -advierten los epidemiólogos- amenaza con ser la peor hecatombe sanitaria de nuestra historia. Lo peor de todo -lo hemos dicho, pero insistimos- es que el gobierno de Francisco Sagasti parece no entender, o se niega a hacerlo, la magnitud de lo que se avecina.

Las medidas que se han adoptado hasta ahora expresan una depresiva tibieza. El domingo, Correo recordó el Plan de preparación y respuesta ante una posible ola pandémica que elaboró el Minsa en noviembre que contiene supuestos que claramente subestiman el impacto de la enfermedad, plantea medidas que finalmente no se pusieron en práctica (como la llegada de la vacuna), omite la posibilidad de reinfecciones y no vaticina la probabilidad de variantes más contagiosas y letales.

La responsabilidad de la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, es elocuente como lo es también del impresentable y esperpéntico Martín Vizcarra, pero también esta gestión parece deambular en las nubes de una situación que amenaza con duplicar el número actual de fallecidos (100 mil a lo largo de casi un año) en apenas tres meses. La ineficiencia brota por los poros de una administración en estado catalíptico y sin reflejos.

Algunas decisiones básicas se han descuidado. Las fronteras han permanecido abiertas y no solo miles de venezolanos han llegado desde Tumbes sin control, sino que la variante brasileña debe haber ingresado desde Manaos en pasacalle y bailando samba.

La cuarentena general debió haberse impuesto antes de Navidad y después de Año Nuevo pero no se hizo y hoy se pagan las consecuencias. Otra vez no hay oxígeno, camas UCI, médicos intensivistas y un largo etcétera que nos coloca de rodillas ante el enemigo. Ni siquiera se ha desplegado una campaña comunicacional útil y oportuna. Y lo que es peor, hay una notoria ausencia de liderazgo en el epicentro de Palacio de Gobierno. ¿Se lucha allí con molinos de viento imaginarios? Dios nos coja confesados.