Ha ganado Lula y será presidente del país más grande y poblado de América del Latina con 213 millones de habitantes, aunque se impuso por un estrecho margen obteniendo 60 millones 340 mil votos (50.9%) sobre el derechista Jair Bolsonaro, quien obtuvo 58 millones 200 votos (49.1%), un político autoritario de rasgos neofascistas.
Con este triunfo, el panorama político de América Latina profundiza su viraje hacia posiciones de izquierda, coincidiendo con el agotamiento del modelo económico neoliberal que primó en los últimos años, tiempo en el que si bien creció la economía y disminuyeron algunos puntos los índices de pobreza, la desigualdad se incrementó.
Lula deberá gobernar con una fuerte oposición y necesitará construir una hegemonía social que le permita profundizar la política redistributiva que necesita un país de profundas desigualdades como Brasil.
Con este triunfo y la nueva oleada de gobiernos progresistas y de izquierda, es posible que en un futuro no muy lejano enfrentemos un escenario político altamente polarizado, donde el adversario perdedor busque impedir el gobierno de los movimientos progresistas o pretenda impulsar golpes de estado “blancos”.
El triunfo de Lula abre la posibilidad de ampliar el respaldo a gobiernos como el de Pedro Castillo, para retrasar el desenlace o parar su deterioro.
Lula tiene una nueva oportunidad de construir hegemonía social para los cambios que necesitan Brasil y América Latina, con el reto de construir una sociedad equitativa, aunque enfrentará una oposición altamente consolidada y no cuenta con mayoría en el Congreso brasileño ni tiene la mayoría de gobernaciones. Una apuesta difícil y peligrosa, aunque esperamos su éxito.