GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

El submarino de la Armada argentina perdido hace 9 días y sin ningún rastro, salvo la explosión en la zona revelada en las últimas horas, ha conmocionado a ese país, menoscabando al gobierno de Mauricio Macri. Este tipo de siniestros siempre impactan al gobierno de turno. Pasó con el derrumbe de la mina San José en Chile que puso en vilo al país (2010). Si no hay reacciones inmediatas, saltarán las posibles negligencias por lo sucedido mostrando solamente vulnerabilidades en la idea de que pudo evitarse con una montaña de argumentos. Los gobiernos deben contar con capacidad de reacción política rápida y eficaz. A Macri le están achacando ausencia de reflejos y cunde en la opinión pública que Argentina cuenta con naves obsoletas en pleno siglo XXI. Hay que reconocer que cuando sucedió el siniestro en Chile, superado exitosamente con el rescate de los 33 mineros, Sebastián Piñera estuvo presente en todo momento, lo asumió como propio y mostró la actitud que la población espera de un jefe de Estado: estar en la cancha y a todo terreno. A Macri solo se lo ha visto recibiendo

explicaciones de los expertos pero, por ejemplo, debió surcar la zona por donde habría sido avistado por última vez el submarino. El impacto en el frente interno será letal políticamente para Macri si a la presumible consumación del oxígeno en la nave deviene un desenlace que nadie quiere. A juicio de Emilio Durkheim (1858-1917), eminente sociólogo francés, los asesores de jefes de Estado deberían revisar permanentemente, los gobernantes deberían entender que la opinión pública espera de ellos gestos, dejando para los demás actores gubernamentales los resultados. En nuestro país, el presidente Manuel Prado Ugarteche (1939-1945; 1956-1962), el último exponente de la denominada República Aristocrática que dominó el país a fines del siglo XIX, lo sabía de memoria: un día estaba con Charles de Gaulle en París bebiendo un buen champagne y al otro, en el mágico Cusco atendiendo una emergencia o comiendo pachamanca, pero siempre pegado a la gente.