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En los últimos años no hemos visto a jefes de Estado más enfrentados en la región sudamericana que Mauricio Macri de Argentina y Nicolás Maduro de Venezuela. Entre ambos presidentes definitivamente no hay química, y por sus actuaciones se muestran como el agua y el aceite, es decir, irreconciliables. Macri, desde sus tiempos de candidato a la Casa Rosada, había desafiado al autócrata llanero, conminándolo a que restituya la auténtica vida democrática en Venezuela. Por esta razón, Maduro ha venido reaccionando y todo el tiempo está dedicado a despotricar del expresidente del Boca Juniors, a quien siempre tilda de ser representante de la ultraderecha en la región. Macri ha cuestionado de la Venezuela de Maduro la presidencia del Mercosur -por el contexto prefiere girar hacia la Alianza del Pacífico-, lo que por supuesto al líder chavista no le ha importado. Ambos aprovechan cualquier escenario para lanzarse pullas de alto impacto. La realidad bastante deteriorada entre los dos políticos latinoamericanos hace muchísimo más compleja la relación bilateral, que quiérase o no se ve afectada. En las relaciones internacionales, que es una ciencia, el comportamiento de los actores visibles, que en este caso son los presidentes de la República de ambos países, produce consecuencias negativas en el relacionamiento interestatal. Caracas y Buenos Aires ya no cuentan ni por asomo la mentada alianza que sobresalió entre el chavismo y el kirchnerismo por casi 13 años. Aquellas épocas en que todo era color de rosa entre ambos gobiernos o, mejor, entre los mandatarios, en que, además, afloraba un entendimiento interesado y febril, es cuestión del pasado. La política exterior de Macri sobre Venezuela, cuya situación interna califica de ser “un desastre”, expone su posición frontal, y Maduro lo sabía desde el instante en que el argentino asumió el poder en su país. Componer la relación tampoco es un reto imposible, pero por ahora difícil.