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El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, sigue sorprendiendo por su absoluta falta de conocimientos básicos de los derechos políticos que asiste a la población de su país. El mandatario chavista acaba de decir que la prioridad más importante de su gobierno es recuperar la economía soslayando a la calidad de caprichos de la oligarquía y, en general, de la oposición venezolana, que no desmaya para que se pueda producir el acto de la revocatoria de su nefasto gobierno. Maduro es o se hace, no hay otra posibilidad. Sabe perfectamente que la técnica del alargamiento de los plazos para que se realice la revocatoria es determinante para su futuro, pues si el proceso de revocatoria no se consuma antes de fin de año, habrá logrado su propósito de continuar al frente del gobierno por lo menos solapadamente en el caso de ser derrotado en un proceso revocatorio, luego del 10 de enero de 2017, en que asumiría el mandato su vicepresidente. Pero la voluntad popular es sumamente poderosa. Lo estamos viendo en Colombia -plebiscito- donde la decisión del pueblo es la regla política. Maduro cree que el Estado venezolano es de su propiedad y esa ausencia de perspectiva sobre el realismo político de su país, si persiste su obstinación, le va a pasar una factura muy grande. Ya sabemos cómo acaban los gobernantes que quieren perpetuarse en el poder. De allí que el destino de Maduro podría complicarse cada vez más por su terquedad manifiesta. Lo advierten las fuerzas internas en el país que están con ganas de pasarse a la condición de disidentes. Está claro que Maduro hará cualquier cosa para no dejar el gobierno. Seguramente hay muchas cosas oscuras que busca tapar a cualquier precio para evitar la inexorable punibilidad de sus actos. Si no cambia y se vuelve sensato, el final de su régimen y de él mismo como actor político se torna impredecible, cobrando enorme incertidumbre su destino.