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Esta semana parecíamos ya en campaña electoral. Hemos estado preguntándonos cuál de las soluciones que nos presentan los políticos representaba el mal menor para el país. Y es que salvo que se sufra de una suerte de sadismo político, no hay manera de ser optimista con lo que tenemos delante. Poner al país en la inestabilidad de unas elecciones apuradas “porque la gente dice”, en un momento de serias complicaciones económicas dentro y fuera del país, o seguir con un enfrentamiento interminable, inmaduro, entre Gobierno y Congreso, con el agravante de un presidente que para el parecer general ya expresó su decisión de irse adelantando a las consecuencias económicas y temores de toda índole que trae un anuncio de ese tipo, sin dejar de anotar el precedente de cambiar la Constitución en función del ánimo del momento. Como podríamos constitucionalmente también partir el país en dos, que los niños voten o que los congresistas sean vitalicios.

Después de conocer su intención de irse, sea por lo alegado o la razón que sea, es difícil no ver a muchos desmarcarse del Gobierno. Lo visto esta semana con la salida de tres parlamentarios del bloque oficialista tiene menos que ver con una pataleta o boicot que con realismo político. En una situación expectante como la actual Mercedes Aráoz, que quiere seguramente guardar las distancias pensando en lo que puede venir y en los consensos que pueda necesitar, tal como hizo el propio Vizcarra en las horas en las que a PPK se le venía la noche. ¿Traición o era lo que correspondía en el momento que vivía el país?, se disputan algunos.

El reconocimiento del fracaso político y posterior suicidio colectivo que plantea el Gobierno generará un electorado aún más volátil y un vacío que buscarán llenar los radicalismos y los que se crean salvadores (ojo a las reuniones y los acercamientos de Antauro Humala con varios insospechados de ser antisistema, pero ya empiezan a apostar).

Del otro lado, aun consiguiendo los votos, este Congreso difícilmente podría a los ojos de la opinión pública mostrar legitimidad para vacar al presidente o encontrar una justificación para hacerlo. Cada uno verá cuál es el mal menor. Así de feas las cosas, no es cachita preguntar ¿qué celebraremos en el Bicentenario?