Hay que reconocer que el humalismo, que nació a la vida política presentándose como el epítome del antimontesinismo, ha terminado empleando las mismas técnicas de distracción que tanto le gustaban al tío Vladi. Porque eso es, y no otra cosa, el burdo intento por retomar la discusión sobre el feticidio a causa de una violación. La Presidenta del nacionalismo ha aprendido a defenderse distrayendo a la opinión pública. Así, mientras ella come sus chocolatitos “Godiva”, la palestra se enciende a control remoto, y todo con tal de distraernos de un tema esencial del Gobierno.
Las dudas que se ciernen sobre el humalismo como movimiento regenerador de nuestra política legitiman a toda la sociedad civil a seguir exigiendo que la función de control se ejerza de manera efectiva. Las maniobras de distracción del Gobierno pueden ralentizar las investigaciones, pero que nadie se engañe, nada detendrá la mirada integral sobre el humalismo. La primera dama se puede vestir con los trajes típicos que prefiera, pero nada evitará que su periplo en el Gobierno se someta al escrutinio de la oposición y de los medios de comunicación.
Después de todo, en eso consiste la democracia. La función de control forma parte de las reglas de juego de un gobierno liberal. El humalismo asumió en el juramento de San Marcos que buscaría la honestidad como diferencia. Pues bien, la opacidad de sus actuaciones genera una duda social que merece ser respondida. El Gobierno de los co-presidentes tiene que acostumbrarse a mostrar las cuentas (el que nada debe, nada teme) y dejar los sicosociales de lado. Porque cuando apuesta por la distracción política se parece, temerariamente, al fantasma montesinista, ese espectro perverso que los Humala juraron destruir.