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A los forasteros habrá que advertirles que en Piura no es que estemos en permanente celebración de Fiestas Patrias. Que, si esta ciudad está teñida de rojo y blanco por doquier es porque son los colores del movimiento político del gobernador regional. No es que el hábito haga al monje, nos daría igual que fuese rosado como los mandiles, verdes o negros. El sentido común nos dice que esta administración no será ni mejor ni peor según los colores que escoja. Lo que el común de los sentidos no parece decirle al gobernante es que hay cosas más urgentes, importantes y prioritarias que el maquillaje. O, al revés, que parece que les sobra el tiempo (o no tienen otra cosa que hacer) que ponerse a pintar fachadas, uniformes de los trabajadores, afiches y papelería oficial con el “sello” personal del dueño de casa. Piura y todas las ciudades, en “presunto” proceso de reconstrucción, no estamos para andar jugando a los colorcitos y regalando pescado, en escenas que, a mí en lo personal, me impactan con desagrado por lo indigno de la relación entre el que da y el que recibe. Situación que se invierte cuando se trata de relacionarse con el Presidente de la República, tal como lo vemos, dócil y sumiso, en las infructuosas últimas visitas a la región. Sin saber cómo darse su lugar.

Estamos como Egipto tras las siete plagas, después de la destrucción por las lluvias. La última o más reciente es constatar la parálisis de la administración regional. Sumado a un Ejecutivo distraído por el permanente conflicto con el Legislativo, que a su vez lucha por sobrevivir, embarrados como han estado con la corrupción del “Lava Jato” y similares. Las necesidades de trabajo e inversión pública en la región son perentorias cada vez que contamos, en orden regresivo, los meses que faltan para cada periodo de las lluvias del verano. Ahora, en los meses de tregua, en que varios frentes de trabajo (en los ríos, carreteras, canales de riego, etc.) deberían ser intensos, nos crispa que se pierda el tiempo pintándose las uñas con esmalte rojo.