La muerte del genio del fútbol, Diego Armando Maradona (1960-2020), que ha conmocionado a toda la Argentina y el mundo entero, me lleva a escribir lo que siempre pensé que era el más grande legado de este fenómeno del balompié, único e irremplazable en su genuinidad y en su excentricidad como deportista y como persona: La victoria.

Los argentinos la estaban buscando para saciar el alma nacional por la Guerra de las Malvinas (1982), en que este país se había enfrascado con el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Cuatro años después del conflicto bélico en el que Argentina perdió cerca de 700 soldados y el Reino Unido recuperó las islas -fue una derrota militar platense-, a la selección de fútbol albiceleste le tocó consumar dicho imaginario nacional.

En efecto, el equipo de Argentina se enfrentó al de Inglaterra -en ese momento aún sin relaciones diplomáticas-, uno de los tres países que forman la Gran Bretaña -los otros son Gales y Escocia, y con ellos, frente a la isla británica, Irlanda del Norte que completa el RU-, el 22 de junio de 1986, disputando los cuartos de final del Mundial de México 86.

Aquella mañana del encuentro en el imponente Estadio Azteca de la capital mexicana, se produciría el acontecimiento más excelso que recuerde la historia del fútbol planetario, la competencia paradójicamente surgida en las entrañas de Inglaterra que lo inventaron. Maradona fue el autor del gol -en ese encuentro que terminó 2 a 1, con la eliminación inglesa, hizo los dos-, considerado el más grande y extraordinario de todos los tiempos.

Comenzando poco menos de la media cancha argentina, Diego la cruza y dribló hacia el arco contrario dejando en el piso a medio equipo inglés incluido el arquero, extasiando a su país con la victoria que estaban buscando, haciéndolo llorar casi como un diluvio sobre todo el territorio de la nación, que lo reciprocó elevándolo a un estatus sobrenatural por el que fue endiosado a perpetuidad, y donde sus defectos que no fueron pocos, siempre pasarían a un segundo plano, por la inefable gesta jamás registrada en la historia del país, que superó largamente el solo hecho futbolístico.