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Al fin cedió el presidente Vizcarra a la tentación de buscar subir en las encuestas apelando a la prepotencia contra el Congreso, buscando acorralarlo con la misma amenaza velada de una posible cuestión de confianza -impropia, según constitucionalistas de alto vuelo como el presidente del Tribunal Constitucional- que le aplicó al Legislativo el año pasado para encaminarlo a una leguleya disolución. Vizcarra calcula que la débil institucionalidad puede atropellarse con la turbamulta y con algún grupo de congresistas y gobernadores, siempre ávidos de recibir alguna migaja del gasto público para mejorar la imagen en sus pueblos de origen, como quien dice, esto último para maquillar la maniobra de ejercicio totalitario con cierto aire de talante “democrático”.

El Presidente nos plantea un escenario que se resume así: él es el superhéroe de la lucha anticorrupción y el villano es el llamado “fujiaprismo”, que en el discurso mediático y de redes sociales trabaría sus “iluminadas” (?) “reformas” (?). Pero ese es un mundo ilusorio. Desconoce que una importante facción del fujimorismo, afín a Kenji Fujimori, apoya abiertamente esas reformas para forzar el cierre del Congreso como venganza contra Fuerza Popular. Mientras que otra facción del propio partido de gobierno, como la que representa Salvador Heresi, está en contra de las reformas y del estilo de avasallamiento oficialista, al igual que vastos sectores independientes. Y, por si fuera poco, la izquierda en el Parlamento ha cuestionado a la mayoría “fujiaprista” por entorpecer las reformas, pero ha anunciado asimismo que ¡no va a dar la confianza al gabinete para implementar esas mismas reformas! La verdad, ni Cantinflas y Condorito juntos.

En esta danza de falacias -¿y mentiras?- vive el Presidente hace ya bastante rato. Por desgracia, ha terminado creyéndoselas él mismo, cediendo a quien le “calienta la oreja”. Pues para él ya no está primero el Perú, sino su popularidad y su futuro político.

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