El presidente Pedro Castillo presentó su balance de los primeros cien días en el Gobierno, pero en vez de exponer lo positivo y negativo de su gestión se dedicó a lanzar más promesas, como si estuviera en una eterna campaña proselitista. Ninguna autocrítica. Quizás la intención del Jefe de Estado es dejar entrever que estamos ante un nuevo comienzo, ¿pero hacia dónde vamos? No dio ninguna señal clara al respecto. Sin planes, lo único que se avizora es más improvisación.

Ayer en Ayacucho insistió con la Asamblea Constituyente y la masificación del gas. En estos puntos insistió con el dogma de la voz del pueblo. Sin embargo, lo único que genera es más división y enfrentamientos. Por ejemplo, ya se oyen reclamos de algunas regiones, como Junín y Huancavelica, a las que han dejado al margen en el proyecto gasífero. Por el innato populismo del presidente o por su falta de conocimiento, no está a la altura de las circunstancias en temas tan sensibles para los peruanos.

En su discurso, Castillo no dijo ninguna palabra sobre la crisis del gabinete ministerial luego de la presunta intervención del Ejecutivo en los ascensos de las Fuerzas Armadas. Es evidente que ese silencio es un apoyo tácito al ministro de Defensa, directamente involucrado en este caso. Todo esto solo genera incertidumbre, ahondada por la ausencia de la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez, en Ayacucho.

El Jefe de Estado se sumerge en una metáfora de la imposible, por razones obvias, su mala gestión sumada a la crisis que hace estragos el país. Lo que debe saber es que ya no hay margen para retroceder. Un paso más en falso y nos vamos al abismo.