“Tuvimos casi 20 candidatos, pero paradójicamente menos posibilidades de elegir a uno bueno”, me decía un amigo luego de las elecciones del último domingo.

La desazón de la ciudadanía ha sido la característica de este proceso y no solo por los resultados sino principalmente por las campañas y propuestas de los postulantes al máximo cargo de la Nación.

Sin embargo, cualquier discusión al respecto ya resulta estéril a estas alturas, porque,  decepcionados o no, los peruanos debemos tomar una decisión en la segunda vuelta.

Por un lado está Pedro Castillo, quien ha sido idealizado tanto que lo colocan como metáfora de lo posible: hacer que el Estado se rearme y acabe con un sistema social y económico injusto. El problema es que la realidad degrada su discurso. Quiere extremar las medidas estatistas y se empeña en dividir el país “entre ricos y pobres” y “patrones y peones”, cuando lo que más se necesita ahora es la unidad.

Por el otro lado está Keiko Fujimori, quien pasó a la segunda vuelta con un pírrico 13%, su peor cifra en sus tres postulaciones a la presidencia, muestra del desencanto de la gente por todo lo que representa. No solo por el pasado del fujimorismo sino también por las investigaciones a la que es sometida por corrupción. Su estrategia será tender puentes, prometiendo una apuesta al futuro con un desarrollo económico sostenido, dentro de los marcos constitucionales. De ahora en adelante, tendrá que andar más por las regiones que por las redes.

Ambos, para convencer al electorado, más que discursos necesitan gestos.