El Perú no necesita promover el uso de las armas letales para luchar contra la delincuencia, como lo propone el primer ministro Aníbal Torres, sino evitar que las organizaciones criminales las obtengan como comprar caramelos en el mercado negro. Por lo tanto, dicho planteamiento es apresurado, pese a que nace en la palabra de un hombre de leyes.

Es cierto que los miembros del serenazgo no combaten a los ladrones en igualdad de condiciones: no usan armas de fuego como los policías, pese a que junto a ellos efectúan un trabajo conjunto en las horas del patrullaje integrado entre ambas entidades. Aquí ambos agentes se exponen a la muerte, unos con pistolas y otros con varas de arena.Sin embargo, la solución ante el incremento de asaltos al paso y la extorsión no es dotar de armas letales (de fuego) a los serenos. En este punto, estaríamos afirmando que las leyes peruanas no sirven para nada. El tema pasa por efectuar un planteamiento estructurado entre la policía y el serenazgo para evitar que este último llegue a enfrentarse con el hampa.

Los serenos ejecutan un trabajo disuasivo y no preventivo. Es decir, solo van al choque o actúan frente al delito ante la ausencia de los agentes del orden. Por tal motivo, el entrenamiento al cuerpo del serenazgo, al que se refiere el premier, no debería enfocarse a la manipulación de armas sino al trabajo de inteligencia. Lo otro sería exponerlos a matar o morir.