Los mass media tradicionales están atravesando su peor crisis en todo el mundo. La irrupción de los medios digitales con la aparición de la internet comercial desde los años 80 y su masificación en los 90, amenazó desde un primer momento a esos grandes medios. Sin embargo, la pandemia del coronavirus ha acelerado procesos y ahora es evidente que las tecnologías de información y comunicación – conocidas como TICs – ya reclaman, más temprano que tarde, el protagonismo en los mercados mediáticos. Se teme que muera “el buen periodismo” y que las empresas terminen encontrando más rentable ir detrás de la farándula antes que de la investigación dura. Ante este panorama, surgen algunas voces en el mundo especialmente periodístico, por invocar alguna intervención de los Estados. La idea de fondo es prácticamente considerar la información periodística como una suerte de “bien público”. Por desgracia, el Estado no es un prado de “ángeles y santos”, y es muy peligroso entregarle la responsabilidad de sostener el mercado mediático tradicional. Una prensa que le deba favores financieros a gobiernos hace inviable una auténtica y profunda fiscalización de las acciones de los aparatos estatales. Propiciaría una captura de las líneas editoriales, no para volverlas favorables necesariamente, sino lo suficientemente “blandas” para no soliviantar a la opinión pública en contra. De otro lado, sea que el apoyo fuera directo con una especie de fondo de soporte, o de otro lado, mediante contratos de publicidad estatal que terminen constituyéndose en un ingreso decisivo y determinante, se generará un efecto dominó sobre otros rubros empresariales que pueden aspirar a similares apoyos cuando el mercado no les sonríe. Las soluciones para hacer rentable a los medios, por tanto, deben buscarse en más creatividad y menos mercantilismo, si queremos mantener una prensa libre.

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