Una disposición contradictoria y controvertida del Gobierno ha generado rechazo de los peruanos. Por un lado, el presidente Pedro Castillo arrancó su último mensaje a la nación diciendo que se adoptaron algunas medidas que beneficiarán a las familias más vulnerables, mientras que por el otro, probablemente arbitrariamente la inamovilidad en Lima y Callao, desplegada principalmente a los sectores que dice defender, a los que tienen menos recursos económicos, a los que viven del día a día.

Este despropósito del Gobierno lo único que hace es trasgredir los derechos fundamentales de los ciudadanos. En su desesperación para estabilizar a flote coactó las libertades de la gente y exacerbó sus ánimos. Esta coyuntura terminará no solo más repudio contra el presidente sino que se convirtió en caldo de cultivo para más protestas en todo el país.

Es evidente que a estas alturas la gran aspiración de los peruanos es salir a las calles para pedir la renuncia de Castillo. Por eso hubo marchas multitudinarias en provincias y ayer se dio en Lima, aunque con presencia de vándalos que atacaron a la Policía Nacional, la que tuvo que reaccionar.

El Perú se convirtió en un país errático. En tanto, el jefe de Estado sigue sin tomar conciencia de esta realidad y, mucho menos, tomar decisiones para frenar el caos y el desgobierno. En estas condiciones, si no hay posibilidad de un cambio positivo, mejor sería que dé un paso al costado.