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Ya muy pocos discuten las diferencias de fondo entre los planteamientos de la izquierda o de la derecha. Los argumentos se han diluido y no hay contraste programático, ya que por encima de todo parece imponerse la farsesca división entre antiterrucos y proterrucos. Ya no es posible hablar de justicia o de equidad social; tampoco, defender el orden, la libertad y el progreso. Estamos presos de la prepotencia de un pensamiento en función de un solo argumento: todo el discrepante es proterrorista o quiere agraviar a las Fuerzas Armadas que combatieron la subversión durante dos décadas nefastas. No es así.

La búsqueda de consensos y de gobernabilidad queda atrás; las diferencias ideológicas no interesan desde la manipulación primaria de las emociones, aunque ello arrastre el desprestigio de la política. Es lo que sucede con la polémica armada en torno al Lugar de la Memoria a partir de la denuncia del general Edwin Donayre, reciclado en combatiente colombiano sordomudo. Su política ficción es aceptada desde el agravio y la metodología perversa de grabar y extraer opiniones para lanzar y justificar la absurda acusación de que es un lugar de apología del terrorismo. Ello se ubica en las antípodas de quienes siempre pedimos una pacificación respetuosa de los derechos humanos. Los excesos de las FF.AA. son conocidos; así fue aceptado y hasta se dieron disculpas. No podemos olvidar lo que vivimos para que el drama no se repita. El perdón tiene sus virtudes, pero no implica el olvido de los aspectos negativos. Ningún terrorismo se puede aceptar ni validar éticamente, venga de donde venga.Muchos peruanos avalan a Donayre y atacan malamente a quienes pensamos distinto. Sin embargo, la memoria no se altera, reestructura o reescribe al gusto. A ella nos debemos, aunque para defenderla nos expongamos a que personas sesgadas, intolerantes o malintencionadas nos tilden de caviares o de proterroristas. No lo somos.

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