Hay pactos que están condenados a romperse, como el que firmaron la Alemania Nazi y la Rusia soviética para repartirse Polonia evitando una agresión directa y la destrucción mutua. Ciertamente, que dos ideologías totalitarias con vocación expansiva llegaran a un acuerdo político más se enmarca dentro del cinismo político que del realismo pragmático, pero pactos así se han firmado tanto a la luz del sol como bajo la mesa con el fin de garantizar la supervivencia ante un enemigo común. Con todo, el resultado de estos esfuerzos siempre ha sido el enfrentamiento final entre los protagonistas porque la naturaleza de los proyectos ideológicos es tan distinta que tarde o temprano los forzosos aliados terminan por despedazarse.

La unión de los contrarios tiene unos límites muy concretos. Ideológicamente, ciertos proyectos son fáciles de identificar por la manera en que se organiza su voluntad de poder. En el otro extremo, existen ideologías maleables, difíciles de contrarrestar desde el punto de vista de los principios, porque proponen la molicie social, la libertad luciferina, extrema y de extremos, encarnando un proyecto relativista a tono con los tiempos que corren. Esta ola negra de sopor y levedad con mucha dificultad es enfrentada por las viejas ideologías, de estructuras complejas y duras de conceptos, axiomas y postulados. El pensamiento líquido penetra Estado y sociedad generando una nueva normalidad difícil de combatir. Incluso la verdad es puesta en duda, porque hemos retornado a la era de los sofistas.

Los pactos de ideologías duras son empresas con fecha de caducidad, aunque logren el reparto momentáneo de Polonia. Se recurre a estos remedios cuando la guerra política arrecia y el escenario es volátil y peligroso. Pobre país el que merece alianzas de peligrosa categoría.