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Existen razones para levantar una ceja ante la designación de Sergio Moro como ministro de Justicia de Jair Bolsonaro. Pero mientras la preocupación común parece ser la sospecha de que el puesto sea un “favor pagado” -fue él, finalmente, quien mandó a la cárcel a Lula da Silva, principal opositor de Bolsonaro-, un fenómeno importante, y que nos compete más directamente a los peruanos, no debería pasar desapercibido: ¿debe un juez convertirse en político?

Esta discusión surge debido a que los jueces, se supone, deben actuar únicamente basados en el Derecho, sin motivaciones políticas. Por lo tanto, como explica el profesor canadiense de Derecho Adam Dodek en un artículo para el Institute for Research on Public Policy (IRPP), este salto a la política de los jueces “perjudica la percepción pública del Poder Judicial como una institución independiente y no partidista”.

Un sector de la academia, escéptico ante la supuesta imparcialidad de los jueces, suele referirse a estos como “políticos con túnica”. Por ello, si nos preocupa lo ocurrido con Moro y Bolsonaro, deberíamos también estar atentos a los jueces peruanos que manejan casos políticos.

Hoy tenemos un juez que despierta pasiones de manera parecida a Moro en Brasil: Richard Concepción Carhuancho. Ambos han sido idolatrados -carteles con su foto en mano- por supuestamente encarnar una lucha implacable contra la corrupción. Ambos, también, han sido acusados de supuestos atropellos al debido proceso. Ambos han mandado tras las rejas a políticos y empresarios considerados “intocables” (Concepción Carhuancho a Keiko Fujimori y los Graña, Moro a Lula da Silva y al mismísimo Marcelo Odebrecht). Sobre ambos, además, se ha especulado que tendrían aspiraciones políticas. En uno de los casos, las especulaciones ya se probaron ciertas.