Que los niños aprenden jugando es una verdad imposible de refutar. El juego implica procesos mentales de alto nivel, donde los niños van haciendo sentido del mundo que habitan. En el juego libre, los niños manejan dos niveles en simultáneo. Por un lado, el “real”, donde las acciones concretas se llevan a cabo, y por otro, el “condicional”, donde la situación es ficticia. El niño está en medio de la ficción, pero sabe que es ficción, mientras que realiza acciones en el mundo real. Por eso, a través del juego, los niños desarrollan su pensamiento abstracto. La pedagoga sueca Gunilla Lindqvist (1995) propone que niños y adultos se conecten a través del juego y proyectos lúdicos. Invita a los adultos a crear personajes e historias, en diálogo con los niños, para tener una experiencia común sobre la cual jugar. Uno de sus proyectos de teatro con niños pequeños, trata sobre la historia de un niño llamado “Rasmus” y otro llamado “Miedo”. La historia comienza con Rasmus asustado y escondido debajo de su cama. Pero escondido allí, se encuentra con “Miedo”, quien está mucho más asustado que él. Ambos personajes terminan echados lado a lado en la cama, y “Rasmus” le pregunta a “Miedo” si se siente mejor, pero él no está seguro…así que les pregunta a los niños espectadores si es un espacio seguro para jugar. Aquí, los niños comienzan a participar activamente y responden que sí. La actuación continúa explorando con los niños el miedo en diferentes maneras. Por ejemplo, algunos niños quieren montar el “tren de los fantasmas”, enfrentándose a monstruos y criaturas. Los “mundos del juego” de Lindqvist proponen puntos de inicio, con personajes y tramas que sean significativas para los niños, es decir, que tengan relación con sus vivencias, para que, a partir de una escena inicial, los niños puedan seguir explorando un mismo tema. ¡Vale la pena probarlo en casa!

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