Fui parte de una generación que se socializó en medio de la violencia generada por Sendero Luminoso. Los niños, adolescentes y jóvenes de esos tiempos crecimos entre la penumbra de los apagones y caminábamos por las calles evitando pasar por comisarías o edificios públicos porque podían estallar en pedazos. Como decía el cineasta Alfred Hitchcok: “No hay mayor miedo que la anticipación del terror”. Teníamos pánico por lo que nos podía pasar. Es que el terrorismo dejaba su estela de muerte y destrucción todos los días.

El cabecilla para que Sendero Luminoso se encomendara a una carrera sin sentido hacia la muerte, arrastrando a todo el Perú, fue Abimael Guzmán. Generó tormentas de antagonismo y odio que terminaron en miles de muertos. Multiplicó la violencia en el país con el único fin que la realidad encaje en sus dogmas.

Hoy ya está muerto el mayor genocida de nuestra historia, pero ¿murieron sus ideas? Mucho me temo que no. Y lo hemos notado en estos días. Hay muchos políticos cercanos al Gobierno y también personajes claves del dispositivo de poder que han hecho malabarismo para no manifestarse contra Abimael Guzmán. Solo han mostrado posturas indecisas y equidistantes que le hacen el juego al terrorismo.

No basta que el presidente Pedro Castillo rechace y condene el terrorismo, todo el Gobierno debe asumir ese mensaje. Más allá de las palabras concluyentes contra Sendero Luminoso, hay que combatirlos con actos. Sería bueno comenzar con echar del Ejecutivo a los que admiran o simpatizan con las ideas de las hordas asesinas que destruyeron el país.