El mal ejemplo del muro de Donald Trump para la frontera mexicano-estadounidense pareciera tener algunos singulares adeptos en nuestra región, como el diputado argentino Alfredo Olmedo, quien luego de declararse su admirador ha dicho suelto de huesos: “Yo conozco la frontera y muy bien, hay que hacer un muro”, refiriéndose a la que mantiene Argentina con Bolivia. No sería correcto concluir que existe una ola por levantar muros entre las naciones, pero lo que sí queda claro es que la xenofobia y las medidas discriminatorias no son un atributo exclusivo de los Estados desarrollados. Seamos claros. Bolivia es el país con la mayor población indígena de América Latina y a lo largo de su historia ha debido soportar procesos políticos y culturales con evidente carga racista y de discriminación como ningún otro país. Hay muchos casos registrados de esa actitud de rechazo fundada en el prejuicio y la ignorancia. Las sociedades latinoamericanas tienen en común el mestizaje, pero no han sabido relievar su grandeza histórico-cultural. Por ejemplo, a la clase política de nuestra región le costó entender que Bolivia cuenta con el primer presidente indígena de la historia -Evo Morales- y a su diplomacia, que el aymara David Choquehuanca fuera canciller altiplánico. Nuestras sociedades son extraordinariamente prejuiciosas, no nos engañemos, y como decían Manuel Ascencio Segura y Ricardo Palma, en Sudamérica, incluido el Perú, prima y mucho el qué dirán. Leyes contra los migrantes no son hechas con criterios de seguridad. No. En el fondo buscan evitar estrechamientos étnico-sociológicos. Nuestros peruanos andinos, que en los años 50 dejaron la hermosa sierra por oportunidades, fueron rechazados por los limeños, que los llamaron invasores. Solo la educación cambiará estas locuras del siglo XXI.