Las mil y una noches despertó el fenómeno de las telenovelas turcas en nuestro país, una historia producida en formato de serie televisiva que se estrenó en 2006 y finalizó luego de tres temporadas en 2009. Hace un par de años programadores del canal chileno Mega la compraron en una feria televisiva en Cannes, arriesgaron con el doblaje con actores de ese país, la lanzaron con cierto temor y al poco tiempo la audiencia convirtió la telenovela en un fenómeno que se expandería por Latinoamérica, y el Perú no estuvo ajeno al impacto. Los nuevos títulos de melodramas turcos llegaron inexorables, Fatmagul, Ezel, Sila y Amor prohibido, por mencionar solo algunas de estas producciones. Hay un público cautivo para ellas y el rating asegurado las mantiene actualmente en la programación local en horarios estelares con singular suceso. ¿Cuál es la clave de su éxito? ¿Encontraron los turcos una nueva fórmula para atrapar a los televidentes? ¿Qué de nuevo nos proponen? En el mundo de la televisión ya todo está hecho, solo se recicla, se cambia de apariencia, pero el fondo es el mismo. Los turcos lo único que tuvieron que hacer fue rescatar el más puro e intenso género del melodrama que otras productoras (brasileñas, mexicanas, argentinas) dejaron de lado por contenidos más “modernos” y arriesgados, esa es la pura verdad. No proponen nada extraordinario. Aquí y en la China siempre va a funcionar una historia de amor con protagonistas bellos y en medio del romance, malos que hagan la vida a cuadritos a la protagonista durante 120 capítulos y buenos que los ayuden a consumar en el altar el amor que les parecía negado. Todo esto, sumado a una inversión millonaria por capítulo, hace que las telenovelas turcas tengan para rato y hayan desplazado a las de otros países. Hasta que cansen y aparezcan de nuevo las clásicas de los países que todos conocemos. Así es el negocio de la televisión.

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