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El virtual escape de la ex primera dama Nadine Heredia ha sido una jugada maestra. Cuatro en uno: fuga asegurada, cargo importante en el extranjero, inmunidad internacional y suculento sueldo. Mejor imposible. Cortesía de la desidia -llamémosla así- del Estado peruano en su conjunto. Y mientras ministros, fiscales, jueces y congresistas se miran unos a otros, será Kuczynski quien pagará la factura política. No ha hecho sino abonar a la tesis de que le debe algo a su predecesor. ¿Vale la pena perder tempranamente ingente capital político, tan necesario en su frágil gobierno? Lo cierto es, sin embargo, que todos tuvieron cuatro largos meses para armar toda la estrategia y la estructura político-legal para asegurar la comparecencia de Heredia ante la justicia peruana. Como rezan los dichos, a todos “se les paseó el alma” y “se les escapó la tortuga”. Esto no hace sino corroborar que nuestras autoridades están lejos de saber ejercer el poder. No solo en el Ejecutivo, sino en el Congreso y, cómo no, en el Poder Judicial.

Hechos como este me dejan la sensación de que en el Perú nadie tiene interés real en luchar contra la corrupción, sino solamente en luchar por usufructuar de la corrupción de turno. Esa lucha se da principalmente en el acceso al poder político. De ahí tanto esfuerzo por alcanzarlo. Pero hay algo peor: hechos como este desaniman al peruano, le quitan moral y entregan el pésimo mensaje de que poco importa seguir las normas. Nos dice que si las seguimos, somos estúpidos. Y que quien las burla, triunfa. Si quienes detentan el poder legal se mueren de miedo en utilizarlo, no nos quejemos cuando el votante siga descreyendo de lo que aquí llamamos pomposamente “clase política”. Y termine pidiendo a quien pueda poner orden y hacer de este territorio poblado, algún día, un país.

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