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Ver y oír a Anel Townsend, el último fin de semana, afirmando que ella tampoco sabía que la empresa corruptora Odebrecht puso por debajo de la mesa tres millones de dólares para la campaña por el “no” en la revocatoria del 2013, y pidiendo con cara de drama que se investiguen estos hechos que ha reconocido como “gravísimos”, parece ser el acto final de una comedia de muy mal gusto que intenta burlarse de todos los peruanos.

Con lo señalado por la señora Townsend, quien era la vocera política de la campaña, se está diciendo a los peruanos que nadie, sí, nadie sabía quién pagaba al costosísimo asesor Luis Favre que tenían parado al frente de ellos. Esto significa que entraron tres millones de dólares y ni Susana Villarán, ni Marisa Glave, ni Augusto Rey, ni Mónica Sánchez, ni nadie lo sospechó, ni hizo preguntas, ni al menos levantó la ceja en señal de duda por tan costosa presencia.

Con lo afirmado por Townsend, tenemos que creer que Odebrecht trajo a Favre, le pagó una millonada sin decirle nada a nadie, y que más tarde ningún personaje de la campaña por el “no”, quienes se supone eran los plus ultras de la honestidad y la decencia en la política, al menos preguntó por qué tanta “generosidad” de un misterioso mecenas. Sí, y estas personas son las que tildaban de mafiosos y sinvergüenzas a los que querían vacar a la alcaldesa por incapaz.

Como señalé hace unos días en este mismo espacio, los peruanos ya hemos sufrido bastantes golpes y muy duros por culpa de la corrupción, como para estar soportando las payasadas e historias alucinadas de esta gente que ha sido sorprendida con las manos en la masa, pese a haberse promocionado y hasta hecho carrera política con su supuesta honestidad, pues los demás eran los corruptos y ladrones, mientras ellos eran el rostro limpio, la reserva moral. Pura farsa.

Ahora queda ver si el Ministerio Público, con su sospechosa parsimonia de siempre ante los presuntos corruptos del caso “Lava Jato”, y el Poder Judicial se tragan la historia de Villarán, Townsend y compañía, o actúan con la severidad que se exige ante las evidencias mostradas en los últimos días y también, por qué no, frente a este afán risible de negarlo, que no es más que una tomadura de pelo y otro intento de hacernos creer que son honestos porque ellos así lo dicen.