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“Terruco” o “facho”, “fujimorista” o “antifujimorista”, “bueno” o “malo”. Desde tiempos ancestrales, los humanos categorizamos las cosas en cajones opuestos y mutuamente excluyentes.

En el artículo “Trascending Polarization: Beyond Binary Thinking”, los académicos Jack Denfeld Wood y Gianpiero Petriglieri describen cómo este patrón de pensamiento, presente en todo nuestro proceso evolutivo, resulta insuficiente para analizar situaciones complejas.

Afirmar que quien favorece el indulto es “naranja” o “facho” -por ejemplo, Alfredo Torres y Hugo Neira- ilustra la dificultad para ver más allá de los opuestos. No importa si han criticado al fujimorismo antes o si tienen argumentos racionales -coincidamos o no- para sostener su posición. Si dicen “A”, van al cajón “B”. Así de incompleto es el análisis.

Lo mismo con quienes señalan que todo opositor de Fujimori es “terruco” o “caviar”. Uno puede repudiar el terrorismo, o incluso ser de derecha, y al mismo tiempo condenar el cierre del Congreso, la compra de líneas editoriales o el irrespeto al debido proceso. De igual manera, alguien puede oponerse a todo lo último y aun así estar en desacuerdo con la figura de la autoría mediata.

Los conflictos sociales y hechos históricos responden a muchísimos factores. Si nos negamos a reconocer que en todo proceso mínimamente complejo existe una larga y tendida escala de grises, no habrá conflicto superable. Tener principios no debe ser incompatible con explorar el universo que, nos guste o no, existe en el medio de lo blanco y lo negro.

Dejar de lado el pensamiento binario es incómodo: nos hace cuestionar nuestras creencias y reclama un ejercicio intelectual más pesado. No hacerlo, sin embargo, impedirá superar el conflicto y nos alejará de la verdad.