Numerosas angustias y continuas calamidades vivieron los ciudadanos peruanos por varias décadas bajo la tiránica administración de Sendero Luminoso, agrupación terrorista que reclamaba para sí un poder ilimitado, y cuya raíz marxista-leninista-maoísta será siempre recordada.
El director de aquellas violentas agitaciones sociales cuyo cometido específico era el de trastornar la tranquilidad a lo largo y ancho de nuestra geografía nacional, subvertir el orden social e imponer un nocivo sectarismo ideológico, fue capturado el 12 de septiembre de 1992.
Cercenar la cabeza del líder senderista fue decisivo para provocar el paulatino derrumbamiento de la organización cuyo crecimiento tentacular, llevaba al Perú al precipicio. Abimael Guzmán, acérrimo enemigo de la paz social, nefasto planificador de la guerra revolucionaria e incansable perturbador de la paz interna, fue detenido por el GEIN en la operación Victoria.
“Encendidos por la larga y orgullosa sed de dominar, nada más anhelaban que derrocar todas las leyes, y así saciar sus anhelos, como lobos rapaces anhelan presa, derraman sangre y con sus escándalos gravísimos, entristecen a los pobres y débiles y se esfuerzan por satisfacer todas sus perversas pasiones”. Así se pronunciaba el papa Pío IX en la segunda mitad del siglo XIX, pero ¡cuánta similitud hallamos con la realidad que vivió nuestro país en sus frases! Durante el terror, los males perpetrados por los sanguinarios senderistas se intensificaron; el genocidio de la comunidad asháninka, la muerte de la beata Aguchita y los mártires de Chimbote, son ejemplos de ese odio inextinguible y marcada irreligiosidad. Guzmán nunca dio muestras de arrepentimiento. Por eso, ni olvido ni perdón.