GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Después de 30 días de protestas ininterrumpidas en toda Nicaragua -algo que Daniel Ortega jamás imaginó en su dimensión y en su impacto-, la situación para el Gobierno se torna cada vez más complicada. La Iglesia en este país centroamericano, como en el pasado, juega su partido, que a la fecha ha cobrado 60 muertos durante ese lapso de manifestaciones sociales que exigen al exlíder sandinista su alejamiento del poder. La juventud nicaragüense también cumple un rol loable al no doblegarse frente a la tiranía y a la descarada nepotimia que mantiene a su esposa Rosario Murillo en la vicepresidencia del país. Las recientes consecuencias derivadas de la mesa de negociación que se ha instalado a fin de buscar una salida a la crisis política no son nada alentadoras para el régimen, cada vez más debilitado. Ortega está desgastado, y hasta los sandinistas que otrora lo seguían casi febrilmente -30% de la población- ya no lo quieren y se han sumado al hartazgo colectivo sin detención. Es probable que Ortega continúe recurriendo a la represión como medio para acabar con las protestas, pero parece que esa decisión no le está dando los resultados esperados. La gente está completamente cansada de Ortega, político que tuvo su momento de gloria a fines de los años setenta en que llegó al poder y se mantuvo en este hasta 1990. La gente en Nicaragua -cerca de 6.2 millones de personas- no está dispuesta a soportarlo más tiempo al frente del país y hará cualquier cosa para que se aleje del poder. Así de claro y en sus cuatro están los opositores que se han mantenido inmutables en su única posición principista en la mesa de negociación. La Iglesia y las juventudes en Nicaragua van a terminar consumando la primavera nicaragüense -estoy seguro-; y el destino de Ortega así como el de su esposa -y con ellos el de todo el frívolo séquito beneficiado con impresionantes gollerías propias del monopolio del poder que aún controlan los autócratas en nuestra región- será su defenestración. Es el destino político que espera a las tiranías en América Latina. El régimen de Ortega agoniza.