Los resultados de la elección del presidente del Congreso revelan un apoyo al gobierno de alrededor cuarenta parlamentarios provenientes de diversas bancadas. Se especula a cambio de “ventajas”, “privilegios” o “facilidades” todavía indeterminadas. La opción de elegirlo mediante voto secreto no permite identificar a cada uno sino apodarlos como “los niños”. Se trata de una nociva praxis antipolítica que surgió en la salita del Servicio de Inteligencia, bajo el argumento que “no podía producirse un nuevo 5 de abril de 1992″.  Por eso, “el jale” de parlamentarios se convirtió en “un recurso” para revertir la conformación congresal tras los resultados electorales del 2000.

Si bien durante los gobiernos de 2001 a julio de 2016 predominaron las alianzas partidarias para producir gobernabilidad como también diversas formas de transfuguismo, a partir de 2016 el “jale y blindaje” retorna con la rápida aprobación de obras públicas. Una práctica que se suma a las consecuencias de la no reelección inmediata de congresistas probos, el debilitamiento y falta de arraigo de los partidos más tradicionales reduciendo al Congreso a un foro donde se gestionan intereses individuales y corporativos, con las excepciones siempre presentes en el hemiciclo.

La presencia de “los niños” termina por institucionalizar una bancada “ad hoc” compuesta por representantes que no necesariamente pierden su vínculo partidario, operando para apoyar al gobierno cada vez que sea necesario y a cambio de algo. Nos encontramos ante la degradación del principio de representación política que los votos del pasado lunes revelan que, más que niños, se trata de un kinder garden.