No hay duda de que la economía del Perú se ha frenado notablemente en los últimos dos años. No hay duda tampoco de que el mismo fenómeno está ocurriendo en la mayoría de los países de América Latina. Todos conocemos la causa principal: la caída del crecimiento en China, que ha explicado más del 40% del crecimiento económico mundial en los últimos diez años y que ahora afecta fuertemente el precio de los metales, del petróleo y de algunos alimentos básicos que también están bajando de precio. Todo esto ha llevado al auge de la industria del pesimismo: seminarios, conferencias, editoriales y proyecciones de crecimiento económico del Perú que llegarían, según estos videntes, a tan poco como 1.5% en 2016.

Como en muchas cosas hay sin duda un elemento de verdad, pero también hay un pesimismo excesivo que no ve claramente los activos que tiene el Perú en comparación con muchos otros países: un sistema bancario sólido y bien regulado, un Banco Central bien manejado con ingentes reservas internacionales, a pesar de todo los pesimismos, progreso en áreas como la educación y el desarrollo rural, progreso notable en infraestructura. Asimismo, todos sabemos que estamos atrasados en las grandes reformas, como por ejemplo la educación, pero aun ahí se notan progresos evidentes. Es hora de pensar claramente en vez de envolvernos en nubes grises.

Primero, hay varias acciones que se pueden tomar de inmediato. El gerente general del Banco Central de Reserva ha explicado que se podrían bajar sustancialmente las tarifas eléctricas, que se fijan de acuerdo con una fórmula relacionada al dólar y al precio del petróleo, pero que en este momento no están reflejando un inmenso superávit en capacidad de generación, que podría permitir una reducción de tarifas probablemente del orden del 15%. Lo mismo ocurre con el precio de los combustibles: la gasolina de 90 y el Diesel, los dos combustibles más utilizados, han bajado, pero mucho menos que el precio internacional del petróleo ajustado en soles; el BCR estima que se podría tener una reducción adicional de también 15%. No se trata de que el Estado controle y determine los precios, pero sí se pueden modificar las fórmulas y, de esa manera, darle un impulso importante al poder adquisitivo de los consumidores y productores.

Un segundo factor importante es la inversión pública: debido a la corrupción y falta de mecanismos institucionales adecuados en las regiones y grandes municipalidades ha caído en los dos últimos años, cuando hubiera debido aumentar en un esfuerzo anticíclico. Se ha dicho que las reservas fiscales no se deben utilizar para promover las obras públicas, pero el hecho es que tenemos alrededor del 15% del producto guardado en cajones sin rendir nada; hay un margen que se puede utilizar en programas bien estructurados. Los sabios y columnistas que escriben sobre estos temas, con un conservadurismo digno de la Edad Media, parecen creer que sería un peligro mortal poner ese dinero tributado por los peruanos a trabajar en actividades productivas.

Tercero, el hecho es que silenciosamente las reformas progresan, con tropiezos es cierto, pero no hay duda de que en educación, por ejemplo, hay reformas grandes, tanto en el sector público como en colegios privados. Esta tendencia podría tener un impulso adicional si pensáramos en refaccionar los 25 mil colegios públicos (de los 50,000 existentes) que están en mal estado, sin wifi y sin facilidades básicas. Son proyectos pequeños pero que, sumados, podrían darle un impulso productivo importante a la economía en todas las regiones.

Los pesimistas piensan que el sector de la exportación tradicional domina todo. La historia del Perú, después de los altibajos del guano, los nitratos, el caucho y otros más, parece darle la razón a los pesimistas. Pero hay muchas cosas que podemos hacer solos. Por ejemplo, hace doce años la suma de los ingresos de divisas de la agroindustria y el turismo era $2300 millones anuales. Hoy estamos a un ritmo de más de $9000 millones anuales entre estas dos actividades, que podrían desarrollarse muchísimo más con mejor logística e infraestructura. Somos un factor pequeño en el mundo del turismo y todavía con inmenso potencial de crecimiento. Lo mismo se puede decir en la agroindustria. Los emprendedores están, falta la infraestructura. En el sector forestal no hemos ni siquiera empezado. Claro, es un sector que toma tiempo desarrollar, pero podría acelerarse con un impulso del Gobierno. Lo mismo se puede decir en las oleaginosas, para las cuales hay empresas asiáticas muy interesadas en invertir centenares de millones, generando trabajo en la vertiente este de nuestros Andes.

En minería, somos el productor mundial con menores costos en cobre y zinc y con reservas inmensas. Pero la sobrerregulación ha aumentado: en 2002 una mina grande requería 9 permisos para iniciar su proyecto, mientras que hoy requiere 260. Tenemos que dejar de hacernos harakiri y promover las áreas donde somos competentes y tenemos grandes ventajas competitivas.

En 2001, la economía peruana estaba decreciendo después de cuatro años de receso y se logró reactivar en menos de un año con precios de los minerales mucho más bajos que ahora.

¡Fuera el pesimismo innecesario!