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Piura ha ingresado a un proceso de parálisis como si, de un momento a otro, un interruptor colocó el tiempo en cámara lenta. Si ya de por sí el ritmo norteño es lento durante el calor del verano, se supone que el resto del año es un clima propicio para ser más productivos. La actividad privada es otra cosa, de eso no hablamos, aunque sea afectada por la actividad de las instituciones públicas. Los que marcan la velocidad de la inversión pública son el Gobierno Regional y entre las municipalidades, la provincial de Piura por tamaño de presupuesto. ¿Qué es lo que ha pasado? Pues nada, excepto los cambios de equipos de gobierno después de las elecciones últimas. ¿Y es importante ese cambio, al menos, lo suficiente para que se altere el normal desarrollo y evolución del progreso? Hasta la fecha, medio año después, parece que seguimos en la etapa de transición de un gobierno a otro, esos días de tregua en que se limpian los cajones, escritorios y se adecúan las cosas al estilo propio, al que todos tienen derecho. Sin embargo, la transición ya pasó a ser una excusa detrás de la cual se ha estado escondiendo la incapacidad e ineficiencia. Es decir, la falta de destrezas y conocimientos, en otras palabras, “el cargo, el puesto, la chamba, te quedó grande, compadre, no das la talla”. Las tareas pendientes siguen acumulándose, una encima de otra, mientras siguen atareados en el copamiento de las dependencias, desesperados por el saqueo de los fondos públicos. No sabemos hasta cuándo ni hasta dónde va a llegar este proceso, pese a que ya en varias oportunidades el Ejecutivo nos ha advertido que no estamos gastando al ritmo que deberíamos. Nos quejamos del centralismo y le estamos dando todas las armas para que nos quiten las decisiones y el manejo de las obras. ¿Qué hacemos, nos quedamos con los brazos cruzados mirando el producto de nuestra mala suerte?