Se dice que fracasó el modelo económico instaurado en los noventa. Pero ¿cuánto sustento tiene eso? El modelo surgió de las recetas consignadas en el denominado Consenso de Washington, un conjunto de diez recomendaciones de política sintetizadas en 1989 por el economista John Williamson. Pero ¿por qué se dieron esas “recetas”? Para corregir los efectos del modelo anterior, ese que colocaba al Estado al frente del desarrollo con intervenciones masivas, y que desembocó en un gasto fiscal desmedido y abultados déficits fiscales e inflaciones galopantes.

El modelo buscó corregir eso empezando por reducir los déficits fiscales. Es decir, el gasto público. Por eso, en su momento, significaron ajustes muy duros. Por desgracia, sus enemigos se quedan tendenciosamente aquí y lo presentan como un modelo que se limita a gastar menos. Falso, de nuevo. La primera recomendación de Williamson era, efectivamente, disciplina en la política fiscal. Pero inmediatamente, la segunda recomendación era la redirección del gasto público hacia una mayor inversión en educación primaria, la atención primaria de salud e infraestructura. Está escrito desde hace más de 30 años.

Nuestro modelo es uno de acumulación de capital basado en la prudencia en el gasto y la liberación económica interna y externa. Por eso, tres décadas de aplicarlo aquí nos permitió acumular cuantiosas reservas internacionales y fondos de pensiones, expandir los presupuestos públicos, aumentar las recaudaciones, expandir los programas sociales y hasta financiar las cuarentenas por el COVID-19. ¿De dónde, si no, salió la plata? Todo eso lo dio el modelo, pero no es “su culpa” que quienes tuvieron que gestionar los nuevos recursos desde el Estado, los hayan destinado a burocracia, clientelismo, populismo y corrupción No es el modelo lo que ha fracasado; ha fracasado el tipo de Estado que tenemos. Ahí hay que dirigir el cambio, no al modelo. Equivocarnos será un error que pagaremos por el resto del siglo.

Eugenio D´Medina es parte del equipo técnico de Fuerza Popular.